*Desde la Ciudad de México, el periodista Aníbal Santiago nos lleva a un paseo por un un taller de bicicletas antiguo, donde arreglaban la bicla del niño José José, el chaval que tiempo después empezó a forjarse como el cantante número uno de México
Aníbal Santiago
Si la historia que enseñan sobre el pizarrón fuera justa y no se redujera a un árido catálogo de fechas, tratados, acuerdos secretos de políticos, traiciones y alzamientos armados, muertes y natalicios, el Taller de George podría ser una lección de Primaria.
Las razones serían varias, pero destaquemos la principal. No debe existir en todo México un taller de bicicletas tan antiguo: se fundó en 1946, en días en que, sin la edad permitida, al Cine Clavería se colaba Jorge Ángulo -niño de 12 años y hoy con 88- para que se le derritiera la mirada con María Félix encarnando a la ingobernable Beatriz Peñafiel en la película Enamorada. Concluida la matiné, el telón bajaba y desde la calle Salónica caminaba hasta su negocito, el Taller de George: aún chiquillo, Jorge ya se ganaba la vida arreglando cambios, engrasando transmisiones, ajustando rodamientos de buje, parchando las llantas de la gente de su colonia, Clavería.
Es decir, el Taller de George ha existido desde hace 76 años en Laconia número 5, donde cualquiera que vaya verá a Jorge Angulo, hombrezote de nariz grande, ojos grandes, cara grande y manos gigantes con venas turquesas que se le saltan componiendo bicis desde los tiempos en que tener coche era un lujo aristocrático de la Roma, Condesa, Cuauhtémoc, pero no de una colonia proletaria como la suya, donde por las noches abundaba el Ron Batey tomado en las veredas a grandes tragos por sus habitantes, trabajadores que durante el día se habían transportado en la ciudad en su económico vehículo.
“Taller de Bicicletas”, es todo lo que dice el antiguo y oxidado anuncio del local. Simple y claro. Si bajamos la vista veremos, sentado entre cámaras, manillares, radios, pedales, cadenas, y miles y miles de piezas rejuntadas por décadas -como un viejo museo caótico- a su dueño haciendo alguna reparación. Aunque es el decano del ciclismo callejero en México, y por eso George ya ha pasado a la historia -al menos a la historia oral entre vecinos- para la colonia este hombre es un monumento porque él le reparaba sus bicicletas a un chico 14 años menor, José José, el hombre que tiempo después empezó a forjarse como el cantante número uno de México de todos los tiempos (no admitimos controversias). Sí, George conoció a José desde el tiempo en que El Príncipe aún no era tal sino un adolescente obrero litográfico que desde su casa en Clavería viajaba en bici al taller del que era empleado en la Portales. “Cuando venía Pepe de 10 años, yo tenía 24”, precisa.
-Cuénteme de José José-, le pido a George, que responde sin dejar de nivelar una rueda y me aclara que para él siempre será “Pepe”.
-Lo conocí de niño. Su mamá, Margarita (Ortiz), traía de una mano a Pepe y de la otra mano a Gonzalo (su hermano): “Joven Jorgito, por favor, le traje las bicicletas de mis hijos.” “Sí, Margarita, con mucho gusto”. Se las arreglaba y se iban felices los niños.
– ¿Y cómo era la vida de Pepe?
– Tuvo una infancia dura, en ese tiempo no había dinero. El papá de Pepe (José Sosa) tenía otra familia y el señor era alcohólico. Era tenor y se sostenía cantando en las misas de (la Parroquia de) San Agustín, en Polanco. Esa era su chamba principal, por eso Pepe heredó la voz: el papá, tenor, y la mamá, soprano.
– ¿Y qué más recuerda de él?
-Le encantaba andar en bicicleta. Aquí en Clavería andaba por todos lados. Luego venía: “Hermano, ponle aire a mi bici, ¿no?”, “¡Cómo no, Pepito!, ahorita le ponemos”. “¿Cuánto es?”, “No, hombre, ¿cómo crees?”. Hicimos una muy bonita amistad.
-¿Y qué bicis le traía?
-Primero unas bicicletas chiquitas, pero no buenas bicicletas. Después tenía una bicicleta de carreras que era su adoración y en esa andaba por todos lados el buen Pepe. Una bici antigua con cinco velocidades.
En el Parque Margarita Maza de Juárez, conocido en la alcaldía Azcapotzalco como “Parque de los Vagos”, el joven bautizado un 28 de septiembre de hace 75 años como José Rómulo Sosa Ortiz, sacaba su guitarra. Con sus amigos iban recorriendo las calles, desde la suya, Tebas (vivía en el número 32), Nilo, Oasis, Nubia. “Cantaba serenatas a las novias de sus amigos, ahí andaban todos cantando”, cuenta George. ¿Cuál le gustaba? Pues claro, aquella que en voz de Pedro Infante decía: Despierta, dulce amor de mi vida / Despierta si te encuentras dormida / Escucha mi voz vibrar bajo tu ventana.
Después, José fundó el grupo de bossa nova-jazz Los Peg, llamado así por la P, de Pepe; la E, de Enrique (Herrera), tecladista; y G de Gilberto Sánchez Galguera, baterista. Todos amigos y vecinos con los que la música se perfilaba como su razón de ser.
-¿Y cómo era su personalidad?-, pregunto a George.
-Era un tipo muy bromista. Yo le hacía una broma, me contestaba con otra broma y nos la pasábamos ahí bromeando todo el tiempo.
-¿Y cuando se hizo famoso y se fue de Clavería se daba una vueltita por el barrio?”, pregunto. Sin decir “sí” responde que sí.
-Yo le comentaba a Pepe: “Ahora tienes una gran ventaja de cuando vivías en Clavería”. “¿Cuál, hermano?”. “Pues ahora tienes mucho billete, mano”. Y me decía “No, entre mi mamá y (su esposa) Anel (Noreña) se han acabado todo el dinero. Hago un concierto y hago mucho dinero, pero como hago empresa y cien familias viven de mí, entre taquilleros, acomodadores, ingenieros de sonido, microfonistas, coros, músicos y todo. ¿Cuánto me queda de un concierto? Me queda poco, pero soy feliz haciéndolo porque esa gente trabaja conmigo”.
-¿Y cómo se ha sentido con su muerte?, don George-, le pregunto.
-Bueno, mira, te voy a decir una cosa, para mí Pepe era mi hermano, entonces yo sentí como si hubiera muerto un hermano.
Ya saben, si quieren platicar un poco de José José dense una vueltita a Laconia 5 (se bajan en el Metro Cuitláhuac) y también si quieren arreglar su bicicleta, para que les quede tan ajustadita como la bici antigua de cinco velocidades con que el futuro Príncipe recorría la gran ciudad. Eso sí, por favor no le pidan prestados ninguno de sus instrumentos a George (un cartel en la entrada dice claramente “No se prestan herramientas”). Y tengan paciencia, otro cartel multicolor avisa: “Sabemos que le urge pero no son enchiladas”.